martes, 27 de octubre de 2009

Olivetti


El día del hartazgo

For sale: baby shoes, never worn.
Ernest Hemingway

Cuando despertó el dinosaurio seguía allí. Se preguntó entonces si había sido buena idea intentarlo. El cadáver de ese animal le confirmaba, una vez más (y cuántas habían pasado ya), que no llegaría a tiempo para realizar la entrega convenida.
9 de octubre de 2029, día de su cumpleaños número 30.
Cuando salió a caminar, y esta última palabra le resultó tan lejana, no pudo evitar toparse con los hologramas que repetían hasta el hartazgo el último proyecto del presidente de los países del Mercosur, Marcelo Tinelli.

lunes, 19 de octubre de 2009

(des)encuentros

Es jueves, por la mañana, nos encontramos con dos viejos amigos (la definición no es el lugar común: me llevan más de treinta años de diferencia). Lucho insiste, sorbiendo la última parte de su café, que es imposible intentar entender a las mujeres. Grafica con los dedos el curso rectilíneo que va desde un pocillo al otro, emulando la decisión del género masculino. Hace lo mismo, pero dando giros antes de llegar, en una metáfora de los rodeos femeninos frente al mismo tramo.
Se acaba de separar, pero en los buenos términos de una persona de 60 años que ya lleva varios desencuentros. Nos comenta que tal vez reanude esa relación que aun no se ha roto del todo, pero en tal caso con la modalidad "cama afuera". (Recordamos, entonces, el binomio Allen-Farrow, entre otros.)
A la tarde, algo cansado, me recuesto y reemprendo la lectura de Como en la guerra, exquisito juego del lenguaje de Luisa Valenzuela (que me adquirió hace pocos días, el libro, sí, desde su página cero a modo de prólogo con ese extraño, torturado sujeto recién violado por el caño de un revolver y que solo piensa en vengarse reventando y salpicando todo literalmente de mierda), y me encuentro con dos miradas cautivantes sobre ámbos géneros y la/s necesidad/es de encontrarse.
La primera, la masculina: "De las infinitas posibilidades de catalogar al género humano propongo una: la catergoría de los que huyen de seres como ella y la de quienes, como yo, los buscan desesperadamente".
La femenina, más poética pero no menos penetrante: "tengo miedo de ser sólo un fantasma en el recuerdo de ciertos señores que [...] no pueden tolerar demasiado tiempo mi presencia. tengo miedo de ser para algunos un remoto grano de pimienta que queda entre los dientes después de la comida; mucho más tarde muerden como al descuido y alli estoy yo quemándoles la lengua y ni siquiera me merezco una puteada".

lunes, 12 de octubre de 2009

Manuscrito hallado en una caja

El último post y, sobre todo, el azar posterior a una mudanza hicieron que acomodando papeles de una caja (de mis épocas de estudiante universitario) encontrara el siguiente texto:

El día que Rogelio Suárez supo que, finalmente, no lo iban a matar se sintió aliviado, naturalmente.
Pero hizo algo estúpido: tomó el teléfono, marcó eufóricamente el número del sicario arrepentido, y lo felicitó por la decisión de no asesinarle.
Dos horas más tarde dormía plácidamente en una reposera, junto a la piscina.
Solo quince minutos después lo despertó, y durmió definitivamente, el ruido de la metralla.

(La Plata, Provincia de Buenos Aires, circa 2001)

viernes, 2 de octubre de 2009

Dimensiones

Los amigos de Cinefania me recuerdan que el 2 de octubre de 2009 se cumplen 50 años desde que se emitió por primera vez un capítulo de La Dimensión Desconocida. Esa genial creación de Rod Serling, a la que ya hemos hecho referencia en otras oportunidades.


Pero la insistencia viene a cuento de la noticia que publica hoy el diario La Nación. En el Estado de Ohio, EE.UU., debían ejecutar la pena capital a Romell Broom, de 53 años, el pasado 15 de septiembre, pero ello no fue posible porque no le encontraron las venas. De ello se encargó de atestiguar el propio condenado, en una declaración jurada que deberíamos reproducir in extenso, y que puede ser consultada en el siguiente link del diario El País.
Allí señala Romell, de su puño y letra, que:

[...] alrededor de las 14.00, mi abogada me informó de que el tribunal había rechazado mi apelación y que no quedaban más vías de acción. El Estado iba a seguir adelante con mi ejecución.
8. Cuando estaba en la celda, el funcionario jefe Phillip Kerns entró con varios guardias y me leyó la orden de ejecución. Después entraron dos enfermeros que me dijeron que me tumbase. Uno de los enfermeros era un hombre blanco y la otra una mujer blanca.
[...] Los enfermeros intentaron acceder simultáneamente a las venas de mis brazos. La enfermera intentó en tres ocasiones acceder a las venas en el centro de mi brazo izquierdo. El enfermero intentó en tres ocasiones acceder a las venas en el centro de mi brazo derecho.
11. Después de esos seis intentos, los enfermeros me dijeron que descansara un poco.
12. Después de la pausa, la enfermera intentó dos veces acceder a las venas de mi brazo izquierdo. Debió de pinchar un músculo porque el dolor me hizo gritar. El enfermero intentó tres veces acceder a las venas de mi brazo derecho. La primera vez, el enfermero consiguió acceder a una vena en mi brazo derecho. Intentó insertar la vía intravenosa, pero la perdió y empezó a correrme la sangre por el brazo. La enfermera salió de la habitación.
13. Los funcionarios encargados de la ejecución declararon que aquello era difícil para todos y sugirieron hacer otra pausa. Entonces se fue el enfermero. El funcionario que estaba a mi derecha me tocó en el hombro derecho y me dijo que me relajara mientras descansábamos un momento.[...]
El enfermero regresó con unas toallas calientes que colocó en su brazo izquierdo. Colocó las toallas sobre mis brazos y masajeó mi brazo izquierdo. Me dijo que las toallas les ayudarían a acceder a las venas.
15. Después de aplicar las toallas, el enfermero intentó acceder a mis venas, una vez en el centro de mi brazo izquierdo y tres veces más en la mano izquierda. [...]
16. El enfermero siguió diciendo que la vena estaba allí pero que no podían cogerla. Intenté colaborar ayudando a atar mi propio brazo. Un funcionario de prisiones se acercó, dio un golpecito en mi mano para indicar que él también veía la vena e intentó ayudar al enfermero a
localizarla.
17. El jefe de los funcionarios encargados de la ejecución me dijo que iban a hacer otra pausa y volvió a decirme que me relajara.
18. Entonces me descompuse. Empecé a llorar porque me dolía todo y mis brazos estaban inflamándose. Los enfermeros estaban pinchando agujas en zonas que ya estaban inflamadas y con hematomas. Pedí que interrumpieran el proceso y pedí hablar con mi abogada.
19. El jefe de los funcionarios encargados de la ejecución me pidió que me sentara para que la sangre circulase mejor. Entonces entró en la habitación la enfermera jefe, una mujer asiática.
20. La enfermera jefe intentó acceder a las venas en mi tobillo derecho. Pidió que alguien le diera 'un veinte' y alguien le entregó una aguja. Durante ese intento, la aguja me pinchó en el hueso y fue muy doloroso. Grité. Al mismo tiempo que la enfermera jefe intentaba acceder a una vena en la parte inferior de mi pierna izquierda, el enfermero intentó acceder a una vena en mi tobillo derecho. Después de esos intentos fallidos, la enfermera jefe cogió la aguja y salió de la habitación.
21. El enfermero hizo otros dos intentos de acceder a las venas en mi mano derecha. Parecía que habían desistido ya del brazo izquierdo porque estaba hinchado y lleno de hematomas. El nivel de dolor estaba en el máximo. Me habían pinchado al menos 18 veces en múltiples zonas, todo con la intención de inyectarme unas drogas que iban a quitarme la vida.
[...] Al cabo de un rato, el director, Terry Collins, entró en la habitación y me dijo que iban a interrumpir la ejecución. Collins indicó que valoraba mi cooperación y que tomaba nota de mis intentos de ayudar al equipo. También expresó su confianza en su equipo de ejecución y su profesionalidad..."

Una suerte similar a la del condenado, pero con el final trágico que no pudo concretarse en Ohio, tuvo Rod Serling -a sus 50 años- cuando el 28 de junio de 1975, luego de que sufriera un tercer infarto, se le deshicieron sus venas (efectos de la nicotina, dirían) en los dedos de una enfermera cuando esta quizo inyectarle suero.