miércoles, 24 de febrero de 2010

Despedida

Y entonces llega esa figura repetida, esa negación, eso que le sucede a otros. A las 6 de la tarde lo llama su padre, la voz quebrada (es la segunda vez en toda su vida que lo escucha así) diciendo "murió mi hermano, recién, en Bariloche." "Cómo que murió, de qué..." "Un ataque, un infarto, no sé, estoy saliendo para allá."
Ni siquiera alcanza a decirle manejá despacio.
Después el ritual, una autopsia por muerte dudosa en horario de trabajo, la espera del cuerpo, los preparativos de la sala velatoria.
De vez en cuando llama a su padre y le pregunta cómo va todo. Si ya lo pudo ver, si se sabe cómo fue. Y ahí comienza la culpa, el no haber ido, el no despedir finalmente a ese tío que ofició, en los hechos, como su padrino; que siempre bromeaba, a veces hasta el hartazgo, que se negaba a comportarse todo el tiempo como un adulto, escapando a la seriedad en cada oportunidad, aún en el cajón, porque su padre le dice que parece mentira, se estaba riendo, era como para esperar que se levantara en pleno velatorio y comenzara a putear a esa familia desintegrada que ahora se juntaba al lado de un cadaver.
Al menos eso, una obligada reunión, el verse las caras nuevamente, las huellas del tiempo, la vida que se fue para que ellos se acordaran de ejercerla.