miércoles, 20 de enero de 2010

Borges en Guatemala

En la última película de Chabrol (Bellamy, Francia, 2009) el personaje homónimo interpretado por Gerard Depardieu mantiene una tensa y no menos ambigua relación con su medio hermano, Jacques Lebas. Este último repite, en una suerte de azar preanunciado, la muerte que se ve al comienzo del film y que mantiene inquieto a Bellamy.

Insistía Borges en que al destino le agradan las repeticiones. Desconocemos si el abogado guatemalteco Rodrigo Rosenberg leyó al escritor argentino, en especial "Tema del traidor y del héroe" (Ficciones, 1944).

Sabemos que el 10 de mayo de 2009, mientras daba un paseo a bordo de su bicicleta, fue asesinado por unos sicarios que se dieron a la fuga. En su funeral se dio a conocer el video que grabara días antes, en el que anunciaba su propia muerte por encargo del presidente de su país: "Si usted está viendo u oyendo este mensaje es porque fui asesinado por el señor presidente Alvaro Colom, con ayuda de Gustavo Alejos y del señor Gregorio Valdez", decía, de traje y corbata, mirando fijamente a la cámara.

La noticia recorrió el mundo, casi con la misma velocidad que el famoso video, vía CNN y YouTube. El gobierno de Guatemala sintió el temblor mediático y esquivó tristemente los pedidos de renuncia del presidente mientras fuera investigado.

Hace pocos días, según lo anuncia el sitio ABC, la comisión multinacional que investigó el hecho llegó a un resultado inesperado: Rodrigo Rosenberg habría planificado su propia muerte, contratando por un teléfono celular a los sicarios que lo ultimaron y dejándose mensajes amenazantes en su contestador.

Rosenberg, arriesgan, no pudo sobrellevar la muerte de la hija de su mejor cliente, Khalil Musa, con quien mantenía una relación sentimental. (Su segunda esposa, al parecer, había emigrado a México con sus hijos.)

Sintiéndose solo, y quizá culpable del asesinato de su amante, Rosenberg urde un plan similar al de Kilpatrik en el relato borgeano: su muerte no sería en vano, el pueblo de Guatemala (como allí el de Irlanda), se revelaría al conocer la verdad filmada, solo que aquí la complicidad y puesta en escena es conocida solamente por el próximo asesinado, al margen que algunos involuntarios actores soportarán pesadas consecuencias. Encarga a unos primos de su esposa contratar asesinos a sueldo para la ejecución de un tercero que, según les informa, lo estaría extorsionando y que no es otro que él mismo. Redacta su testamento. Ordena a su secretaria entregar un cheque de 40.000 dólares a uno de los primos devenido en actor, para que este abone el precio de su muerte al asesino a sueldo.

Otro medio informa que encargó a su guardaespaldas reparar el rodado que lo conduciría a su destino final, ya que hacía tiempo que se oxidaba en el balcón de su departamento.

A la hora señalada de aquél día de mayo, en la Avenida Segunda, desde un Mazda los contratados le dispararon a quemarropa a ese hombre del cual solo conocían la voz a través del auricular del teléfono. El error de ese crimen suicida casi perfecto fue el lugar escogido: las cámaras de seguridad permitieron rastrear el vehículo de los homicidas y, pesquisas mediante, concluir que Rosenberg quiso ser, tal vez sin proponérselo, Fergus Kilpatrik.

lunes, 4 de enero de 2010

Problemas para el lector

El lugar: un estacionamiento subterráneo de un hipermercado. Es dificil describir la situación. El verse observado como si se tratara de un fundamentalista en los segundos previos a eso que pretenden definir como inmolación y que no es otra cosa que un suicidio egoísta y estúpido.
Ir con un libro en el auto, esperar que el resto de los acompañantes realice las compras recorriendo góndolas mientras uno hace lo propio en las hojas de un libro, con la espalda pegada a la butaca cada vez más húmeda, resulta una empresa difícil. A la tarea del personal de seguridad que pasa tres veces delante del vehículo, mirando de soslayo la contratapa del libro en cuestión, mientras se oyen distintas voces y partes de información en el handy que lleva en su mano, le suceden el llanto interminable de un niño y tres alarmas que, casi simultaneamente, buscan desesperadamente aumentar su estridencia en el eco que devuelven las paredes y columnas de ese espacio sin oxígeno. Después de media hora uno entiende la inutilidad, apenas tres o cuatro relatos breves de ese libro que, ahora, con la excusa del verano y un tiempo un poco más dilatado, se espera poder terminar (para que la lista interminable de otros que lo emulan, dispersos en rincones del departamento, pasen a ocupar su efímero lugar). Luego, la llegada de las bolsas cargadas, el abrir del baúl, y el salir nuevamente a ese mundo urbano sobrecargado de calor y humedad.