El viaje había sido planificado con minuciosidad, pese al poco tiempo para preparar todo, dada la fecha tan próxima, pero claro, no podíamos dejar pasar la oportunidad, era tan barato, la telefonista de la agencia había remarcado que esos precios eran imposibles para esas fechas... que seguramente hubo una cancelación de último momento, que no desaprovecháramos esa oportunidad.
Al 5to día, luego de haber disfrutado del hotel, su pileta y las playas cercanas, preguntamos a la conserjería por las mejores excursiones, por esas playas que se veían en los folletos de la recepción apenas uno ponía un pie en el lobby. Debimos mirar también los foros de internet, pero preferimos optar por algo más tradicional, clásico en estos tiempos, como la recomendación in situ, por gente del lugar.
A la mañana siguiente fuimos corriendo a la dársena del puerto desde donde nos dijeron, 9 en punto, partía la embarcación. El precio era mucho más barato, pero entendimos que era parte del folclore natural del lugar el cobro más elevado a turistas desprevenidos.
El tramo sería sencillo, dos islas, una hora en la primera (luego de 50 minutos de navegación) y dos en la segunda (a donde arribaríamos en 35 minutos desde aquella). No pudimos advertir nada raro con la primera parada, la isla era realmente maravillosa, el agua cálida y celeste, sus olas rompiendo suavemente contra la costa y algunas piedras alejadas. Sin embargo, la salida del lugar no fue tan amena como al principio. La tripulación hablaba en voz baja, se decían cosas al oído y caminaban rápido por entre la embarcación. Notamos una voz y postura forzadas en quien había oficiado de locutor y guía oficial, dando la información de lo que íbamos viendo en tres idiomas (ingles, portugués, y castellano). Pensé en hablarle cuando estábamos bajando en la segunda y ultima isla, pero no lo creí oportuno entonces, algo me impidió acercarme y me vi obligado a marchar detrás del contingente. Recién entonces noté la ausencia de esa pareja que había llegado casi en simultaneo con nosotros, corriendo, y bastante mojados por la fina lluvia que hubo en el puerto de salida.
Ese segundo destino debió advertirnos, ese lugar que no parecía un típico destino turístico a donde arrastraban a incautos turistas que habían buscado un mejor precio... atravesamos, una vez en tierra y subidos a un omnibus sin patente, barrios que parecían abandonados luego de una epidemia, rostros con ojos muertos que se apostaban en algunas esquinas y nos miraban pasar, con la convicción de estar esperando algo.
Confieso que en algún momento fantaseé con llegar a la isla donde Morel plasmó un eterno instante de sus invitados, pero el espacio dedicado a nuestro contingente me sacó de esa ficción en cuestión de segundos. Habían cercado un pedazo de tierra junto al mar, las moscas eran abundantes y la comida parecía estar esperándonos allí, al aire libre, bajo minúsculos mosquiteros, desde hacía semanas. Comimos y bebimos muy poco. Creo que apenas entramos al mar, mirando el reloj, esperando la hora del regreso.
-A las 15:30 deben estar en el puerto -había remarcado el alegre políglota que oficiaba de guía, aunque entonces su sonrisa era un rictus minúsculo, apagado por unos ojos preocupados.
Entumecidos, media hora después de la hora señalada, el barco emprendió el regreso. Las olas golpeaban y víboras de agua salada nos golpeaban el rostro. De pronto el guía tomó el micrófono. Dijo, en un portugués cómplice, que dos personas no habían regresado a la embarcación y por eso nos habíamos retrasado para partir. Que solicitaba la solidaridad de al menos cuatro de nosotros que pudieran atestiguar la espera, la preocupación, y la imposibilidad de seguir aguardando, dada la tormenta que se avecinaba.
La hora y media que demoramos en llegar fue tan lenta que todos parecían congelados, dormidos con los ojos abiertos.
Pregunté, como pude en el idioma oficial del guia, si podía servir de testigo. Me dijo que no, con ademanes estúpidos, que seguramente cuando me llamaran yo ya no estaría en su país.
Al dia siguiente, luego de pensarlo y debatirlo durante el desayuno, decidimos ir a ver qué había sucedido con esa pareja que, sin saber por qué, jamás había subido al último tramo de nuestro viaje.
Llegamos casi a las 9, no había nadie que reconociéramos de la excursión del día anterior para averiguar qué pasó con ellos, qué habría sido de unos turistas en medio de una isla que poco tenía para ofrecer a turistas inexpertos. Nos contestaron con evasivas, que estaban aun averiguando y que ya habían dado el parte a la policía. No sé por qué, antes de irnos, quizá para googlear sus vidas, preguntamos el nombre de los ausentes. No dijimos nada, nos marchamos en silencio y de la mano, con el eco de nuestros nombres en los oídos.
martes, 8 de mayo de 2018
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