El regreso de unas pequeñas vacaciones, la compra a última hora de la edición dominical de Página/12 y de vuelta al horror. (Todos los horrores, parece, son el mismo horror.)
La historia pertenece a Yitzhak Ganon, de 85 años, que vive en Petach Tikva, cerca de Tel Aviv. Evitó a los doctores toda su vida.
Como lo refiere el suplemento RADAR del matutino porteño "Hace poco [...] Yitzhak Ganon volvió a casa y se sintió mal, tan mal que no pudo resistirse a que lo llevaran al hospital. Al llegar tuvo un ataque cardíaco y los doctores tuvieron que operarlo. Pensaron que no sobreviviría la operación, porque descubrieron que tenía un solo riñón." Cuando despertó, luego de los efectos de la anestesia, contó la historia de por qué evitó a los doctores toda su vida y, lo más importante, a dónde fue a parar su riñón perdido:
“Soy de Arta, una ciudad al norte de Grecia. Un sábado, el 25 de marzo de 1944, apenas habíamos prendido las velas del Sabbath en casa cuando un oficial de las SS y un policía griego entraron y nos dijeron que nos preparáramos para un largo viaje”, relata el sobreviviente, levantando la manga de la camisa para mostrar un número tatuado con tinta azul en su antebrazo izquierdo. El padre de Yitzhak murió en el viaje a Auschwitz. Su madre y sus cinco hermanos fueron a las cámaras de gas. A él le tocó un destino terrible: fue a parar al hospital de Auschwitz-Birkenau, donde el ángel de la muerte, el doctor Mengele, realizaba experimentos inenarrables con los prisioneros.
"A Yitzhak lo ataron a una mesa de operaciones y ahí nomás, sin anestesia ni nada, Mengele lo abrió y le sacó un riñón. 'Lo vi palpitando en su mano y grité como un loco, supliqué que me mataran, para no sufrir más'."
Luego de más experimentos, cuando no tenían nada más que hacer con él, lo enviaron a la cámara de gas y se salvó por la burocracia nazi: entraban como máximo doscientos prisioneros, él era el número doscientos uno.
Yitzhak volvió a Grecia tras la liberación de Auschwitz, se reencontró con dos hermanos que sobrevivieron, emigró a Israel en 1949. Se casó y juró nunca más ir al médico.
Ahora, tras un segundo ataque al corazón que concluyó con la implantación de un marcapasos, reconoce que los médicos le salvaron la vida. Una vez más, Yitzhak Ganon escapó a la muerte.
lunes, 28 de diciembre de 2009
miércoles, 16 de diciembre de 2009
No culpes a la lluvia
Waldemar, a sus treinta y cinco años, no recordaba cuándo había sido la ultima vez que había llorado. No había caso. En rigor, guardaba la imagen (propia) de un falso llanto el día que cumplió los veinticinco, cuando de sus ojos unos granos de arroz imitaron el descenso de las lágrimas por sus mejillas. (Fueron 14 granos en total, marca Gallo Oro.)
Lamentaba, además, que los veranos en su provincia fueran tan secos. La lluvia, al igual que sus lágrimas, era inexistente.
Sin embargo, una mañana de enero las nubes amenazaron con dejar caer un chaparrón, según informaban las veinte repetidoras de una única radio. Waldemar esperó el milagro, casi frunciendo el ceño, sin dejar de mirar el cielo. A los pocos minutos comprendió la inutilidad de su ilusión. Ese día cayó una lluvia absurda: de papel picado.
Lamentaba, además, que los veranos en su provincia fueran tan secos. La lluvia, al igual que sus lágrimas, era inexistente.
Sin embargo, una mañana de enero las nubes amenazaron con dejar caer un chaparrón, según informaban las veinte repetidoras de una única radio. Waldemar esperó el milagro, casi frunciendo el ceño, sin dejar de mirar el cielo. A los pocos minutos comprendió la inutilidad de su ilusión. Ese día cayó una lluvia absurda: de papel picado.
lunes, 7 de diciembre de 2009
Resumen Semanal
La falsa cortesía del empleado de comercio, que saluda amistosamente en el mostrador, pero cuando lo cruzamos en la calle nos ignora por completo.
La soledad del taxista a medianoche, a bordo de un vehículo sin pasajeros, en una calma quieta frente al semáforo.
El haber mudado de domicilio hace tres meses, y conocer (haber visto) solo una vez el rostro de dos de los seis vecinos de piso.
El sueño y sus embates, cuando era necesario, ineludible, permanecer despierto.
Un memorable diálogo entre Víctor y René, mucho tiempo después de haber visto por primera vez El perfume de Yvonne (de Patrice Leconte, 1994), cuando aquél le consulta a ese viejo homosexual si ha recibido noticias de ella:
—Le dije que no la perdiera de vista —le recuerda René.
—Nunca le quité un ojo de encima —contesta Víctor.
—Entonces tal vez la miró demasiado.
...to be continue...
La soledad del taxista a medianoche, a bordo de un vehículo sin pasajeros, en una calma quieta frente al semáforo.
El haber mudado de domicilio hace tres meses, y conocer (haber visto) solo una vez el rostro de dos de los seis vecinos de piso.
El sueño y sus embates, cuando era necesario, ineludible, permanecer despierto.
Un memorable diálogo entre Víctor y René, mucho tiempo después de haber visto por primera vez El perfume de Yvonne (de Patrice Leconte, 1994), cuando aquél le consulta a ese viejo homosexual si ha recibido noticias de ella:
—Le dije que no la perdiera de vista —le recuerda René.
—Nunca le quité un ojo de encima —contesta Víctor.
—Entonces tal vez la miró demasiado.
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