En una época signada por las series de TV y películas sobre zombies, es decir, muertos vivientes, la muerte se aparece como una ficción cotidiana. Algo que les sucede a otros.
Por eso si un día lunes, al salir de una reunión de trabajo, vas conduciendo tu vehículo y ves a dos personas junto a otra tendida en la vereda, frenás y pensás que se trata de un desmayo, que con tu auto podés alcanzarlos al hospital más cercano, que está a apenas 5 cuadras.
Pero al bajar todo es distinto, hay sangre en la calle y junto una persona que mira a lo lejos, que te pasa por encima con la mirada y pierde los ojos en el cielo de las seis de la tarde.
Te dicen que un taxista lo apuñaló, que estaban discutiendo, que se desvaneció antes de pedir ayuda a un joven repartidor de soda que estacionó detrás.
Ves llegar a un patrullero, el único policía que baja se pone los guantes de latex y constata el pulso, o su ausencia. En ese momento ves mirar por ultima vez esos ojos grises, y se oye (o se ve) el ultimo aliento, esa bocanada final.
Por fin llega la ambulancia, lo levantan en camilla y la sirena se abre paso calle abajo.
En los medios te anoticias que el hombre murió, que el taxista se entregó acompañado de un abogado particular, colega de tu confianza.
Esa noche se duerme mal, hay recuerdos entre sueños, y al otro día te enterás de mas de lo sucedido.
Pero lo peor viene al día siguiente. Un ex cliente en una causa penal te llama para decirte que dio tu número a un taxista que mató a un automovilista de una puntada bajo el corazón. Que sabe que vos podés darle una solución rápida. Cortas el teléfono y pensás en escribir lo acontecido.
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